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¿Hasta dónde llega la oratoria?

(Tomado de Podio Beta)
La decisión empuja a la acción y ésta nos invita a tener como expectativa un resultado esperado. Si cumplí con acudir a mi trabajo puntualmente cada día y logré alcanzar los objetivos trazados en la compañía, lo que espero al final de la quincena es el pago del salario correspondiente. Cuando un comunicador está programado para hablar ante una audiencia, sin importar el tamaño, es de esperar que el ejercicio de la interlocución se cumpla, a saber, la recepción del mensaje por parte de los oyentes. ¿Cómo me doy cuenta de haberlo logrado?  Esta es la pregunta que más inquieta en la materia y la respuesta la encontramos incluso antes de nuestra participación, y no del todo al final de la intervención. Aquí nos topamos con un límite a nuestra capacidad para convencer con nuestras palabras. No podemos ser persuasivos si desconocemos el estado de nuestro cuerpo al hablar. Lo que se recomienda para enfrentar dicha limitante, es practicar un  repaso al estado corporal y anímico previo a la acción de la oratoria.

¿Cómo despertamos por la mañana?, ¿tensos?, ¿angustiados?, ¿con euforia?. Normalmente, no tomamos el pulso a nuestro nivel energético al grado que nos detengamos para reflexionar sobre él, simplemente abrimos los ojos de nueva cuenta y nos empujamos a la rutina del aseo personal  y quizá al desayuno, nos preparamos para un día más de actividad. Si ese día debemos cumplir con una exposición, es recomendable sentir nuestro estado corporal a través de lo que llamo un “auto-scan” para detectar probables tensiones en el tejido muscular-nervioso de nuestro sistema, ejerciendo énfasis en el área de las cervicales y hombros. De ser necesario, se vale tocar con los dedos la nuca y los hombros. Si están “duros”, es señal de que estamos tensos. No hay tanto problema en exponer en semejantes condiciones, siempre y cuando estemos conscientes de ello. Aquí está la diferencia, estar o no alertas. Si el discurso a dar es de análisis y comentario, mejor, ya que no tenderemos que movernos mucho. Un discurso de éste tipo requiere del orador se mantenga la mayor parte del tiempo estático en un lugar y evitar caminar, porque se puede proyectar que estamos divagando, no analizando un tema. No podemos pedir a nuestros oyentes giren su cabeza como periscopio siguiendo un rondín de ida y vuelta sobre el estrado.
Es imperativo reconocer el estado de tensión o relajación de nuestra masa muscular en el momento previo a la participación. Una u otra ponen en evidencia las fuerzas de nuestro inconsciente que se manifiestan sutil o visiblemente. El tono de voz puede sonar apagado o enérgico, según lo revele el estado anímico, no tanto lo requiera el tema o una expresión verbal que digamos. No siempre estamos concentrados en el cuerpo, por eso es importante sacar una foto por nuestra cuenta, antes de revelarnos al público. Lo ideal es encontrarse relajado. Mi consejo es, si por alguna causa estás tenso, no te esfuerces en relajarte y simplemente deja fluir la respiración, con tenerla controlada basta, ya que te va a permitir vocalizar apropiadamente.
Un buen dato que les comparto para evaluar el momento previo a una participación es  acordarse de esbozar una sonrisa antes de tan siquiera saludar a la audiencia. No importa si estamos o no de humor, hagamos el esfuerzo por dibujar en nuestro rostro ese imán que tanto atrae y gusta: una simple, discreta y sencilla sonrisa. No existe el encanto sin ella. A veces, su efecto es tan poderoso que derribamos cualquier muralla que se interpone entre el público y uno, agradamos, captamos la atención y llenamos el espacio con una emoción propicia para la interlocución. La primera imagen es visual, entonces, que nos vean sonreír antes de presentarnos.
El segundo límite que exploramos en este artículo lo representa el inevitable choque entre el significado que tienen las palabras en nuestra mente y el que reside en cada una de las cabezas de nuestros oyentes, así como también las evocaciones personalísimas que modifican el estado de ánimo de quien las escucha.
Para citar ejemplos en el primer caso, repasemos el significado de la palabra democracia. Para mí puede significar una idea, el ejercicio libre del voto. Para otro, puede ser una simulación de las élites para hacernos creer en la ilusión de que somos libres de elegir a nuestros representantes, una mera farsa. Un tercero puede opinar que es la encarnación de la voluntad del pueblo en aras del bien común (whatever that means). Un cuarto está convencido que es el modelo de gobierno con contrapesos, divido en poderes. Un quinto puede simplemente argumentar que es la voz de su autócrata mamá. Un sexto nos cita que es el sistema de organización política a través de partidos. Un séptimo argumenta que la democracia es la forma de gobierno que invita a los ciudadanos a vivir mejor. Un octavo, dueño de una agencia de publicidad, concluye que es la más eficiente y desahogada manera de hacer dinero y así, podemos prolongar la lista de significados que tiene una palabra tan peliaguda como “democracia”.
Con el ejemplo anterior, debemos ser muy explícitos con el uso de ciertos términos, porque su empleo nos obliga a dar a conocer nuestra propia idiosincrasia. Si somos conservadores, a manifestarnos como tales. Del mismo modo, que no nos detenga el miedo a revelar una creencia ideológica, si la ocasión lo permite. Pero claro, no seamos tan intrépidos. Si se es seguidor del culto a la Santa Muerte y nos toca dar una conferencia en las instalaciones del ITESM, mejor nos guardamos los tatuajes si es que no somos tan famosos como para que la audiencia conozca ese hecho de antemano.
Por otro lado, no recomiendo decir una frase coloquial como “esto lo entiende cualquier cristiano”, si puedo utilizar “esto lo entiende cualquier persona con educación básica”. Al usar “cristiano”, es fácil percibir que el Orador se refiere a los devotos de una iglesia protestante, diferenciado de los fieles católicos. Y es igualmente sencillo percatarse que el ponente quiso hacer alusión al hombre de la calle. Por tanto, evitemos el uso de palabras que tengan dos o más significados.
Por último, algo que no podemos evitar es el impacto que tienen ciertas palabras en los oyentes que provocan emociones que el Orador no quiso detonar en ellos. Por ejemplo, si alguno de los espectadores es una mujer en proceso de divorcio, recién separada de sus amados hijos, es probable que le recordemos ese trance al mencionar la palabra “hijo-hija” dentro del contenido de nuestro mensaje. Esta situación, la que atraviesa cada uno de los miembros de la audiencia, es ajena a los comunicadores. Por lo mismo, a estar preparados para cualquier súbita reacción que visualicemos en personas específicas durante el desarrollo de una exposición. En el caso remoto de percibirlo, a imaginar que dicho impacto lo provocan otros agentes y no uno, o sea, un mero accidente que no debe estropear el resto de la pieza oratoria que ejercitamos en esa ocasión.
Tengamos presente la evidencia que el mundo a nuestro alrededor es el que cada uno observamos y reconocemos en sus imágenes, contenidos, misterios y palabras. Existen límites en  Oratoria, sí, pero que no construyan barreras en nuestra mente.
Mujer-palabra, Hombre-palabra, no hay oposición si sabes fluir y aceptas las piedras en el lecho del río de la vida. No todas representan obstáculos, a menos que les llamemos de esa manera, cuando pasamos por alto lo que realmente son: piedras.
Tus palabras deben fluir y tú con ellas.

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