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Innovar es saber competir contra nosotros mismos

Como ya lo dijimos en la entrega anterior, las crisis son momentos apasionantes que nos mueven a sacar lo mejor de nosotros y nos disparan el espíritu de la inventiva, de la innovación, de la creatividad. Y, si nos detenemos ante ellos, verbos como inventar, crear, innovar son una invitación a divertirnos. Y en ese proceso, que debe atacarse con la mejor disposición, nos vamos a proponer encontrar nuevas respuestas a los mismos problemas. Nuevas maneras de hacer. Ver los mismos procedimientos con nuevas perspectivas. Observar de nuevo, para ver qué encontramos ahora que no habíamos visto.

Allí radica la cultura de la innovación: Ver las mismas viejas cosas con mirada nueva, ofreciendo otras formas de abordarlas. Por eso, en un mundo cada vez más complejo y más competitivo, las opciones se reducen a mantenernos en la pelea o desaparecer. De allí que las empresas más exitosas son las que entienden que innovar no es una opción, es un mandato.

Y eso de innovar es un mandato para toda empresa que quiera mantenerse en el mercado. Competir es validarse permanentemente frente a los consumidores. Es mantenerse en el mercado. El que pierde el espíritu de competencia, y por ende el de innovación, corre el riesgo de desaparecer, porque el mercado, como todo en la vida, cambia permanentemente. Ni siquiera los líderes de los respectivos mercados se pueden dar el lujo de renunciar a innovar. Muchos son los casos que lo demuestran. Empresas líderes del mercado, que parecían imbatibles, se vinieron abajo por relajar su espíritu de competencia, por no tener despierta una permanente disposición al cambio, que es decir, a la evolución.

El navegador Internet Explorer, de Microsoft, parecía un producto de imbatible liderazgo en el mercado, pero otros productos más livianos y veloces lo han desplazado de la preferencia de los usuarios. Lo mismo podría decirse de otras marcas, en otros mercados, como Kodak, en el fotográfico; o Nokia, en la telefonía celular. Se trata de empresas pioneras, líderes o de enorme prestigio que, al no adaptarse a las nuevas necesidades del mercado, se vieron desplazadas por otras que sí supieron leer esas necesidades antes de que fueran un hecho notorio. Es decir, que otras sí supieron encontrar nuevas maneras de hacer las cosas por fuera de los paradigmas, lo que les proporcionó una posición privilegiada en el mercado.

A las empresas les cuesta mucho deshacerse de los procedimientos que sienten que les han dado resultados. Por eso, cuando estos procedimientos dejan de funcionar, o al menos cuando dejan de funcionar con la rentabilidad deseada, se les hace difícil producir los cambios necesarios. Por eso adquirir una cultura de innovación se convierte en una necesidad fundamental para sobrevivir en un mundo tan competitivo como el que vivimos. Por eso, de hecho, es que las empresas más exitosas son aquellas que convierten a la innovación, no en una reacción coyuntural frente a las crisis, sino en una actitud, en una mentalidad permanente. Las empresas exitosas, en una palabra, viven en un permanente proceso de innovación. Lo que, en resumen, se puede expresar diciendo que las empresas más exitosas viven compitiendo permanentemente consigo mismas.

Sobre la importancia de este tema, sobre todo en momentos de cambio como los que vivimos, estaremos conversando durante las próximas entregas.

 

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