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¡Todos vendemos algo!

Mi historia no es demasiado distinta a la de tantas personas. Es la historia de cientos de miles que, como yo, conforman la primera generación asentada en este país que guardan la memoria de nuestros padres. Tierras que pasaron a ser la Patria de esos isleños, italianos y portugueses que vinieron a “hacer la América” en busca de oportunidades que ya se estaban agotando en sus sitios de origen. Como buenos hijos de campesinos, sabían que la tierra se fatiga de sembrar siempre lo mismo, y que era bueno echar raíces en “tierra desacostumbrada”.

Soy el hijo mayor de uno de esos isleños que traían “ganas de prosperar” como único bastimento y un breve pero sólido código de valores como herramientas de trabajo. El esfuerzo, la perseverancia y el respeto a la palabra empeñada, fueron algunas de esas herramientas que tan útiles le resultaron en esa tierra donde nacerían sus hijos y nietos.
Soy, como mi padre, un vendedor. Al final de este libro tú descubrirás que también lo eres. Que todos lo somos, porque todos vendemos algo. Unos pocos privilegiados nacen con las habilidades para tener éxito en esta exigente profesión, pero la gran mayoría, como yo, las adquiere. De eso, de todas las experiencias y conocimientos acumulados para adquirir y trasmitir esas habilidades, trata este libro.
Pero para hablar de las herramientas que he adquirido a lo largo de una vida dedicada a dignificar la profesión de las ventas, me gustaría comenzar por la primera historia, que es la historia de Francisco Rosales, el hermano número doce de una humilde familia de diecisiete hijos, que nacieron y crecieron en un pueblito de las Islas Canarias, que un día, luego de una fuerte desavenencia con su padre, decidió probar fortuna y embarcarse hacia Venezuela.
(…)
En esa Caracas llena de oportunidades de esa época, no le costó mucho esfuerzo conseguir trabajo de obrero en una fábrica. Y le puso a la fuente de su sustento el empeño que le pone todo inmigrante que sabe que las segundas oportunidades tardan bastante en llegar.
No pasó mucho tiempo antes de que ese patrimonio que trajo en su equipaje se pusiera de manifiesto y lo promovieran a un cargo de oficinista, en el área de contabilidad de la misma fábrica. En esa posición era más fácil que los jefes pudiesen evaluar su desempeño y sus habilidades. Y la primera de estas habilidades que le descubrieron fue una innata vocación para la venta. La fábrica producía ropa interior femenina. Fue así como Francisco Rosales, el muchacho isleño que llegó a Caracas con 19 años, se enfrentó a una valiosa oportunidad de mejorar sus ingresos. No lo pensó dos veces y salió a recorrer el país vendiendo pantaletas y sostenes, en calidad de distribuidor oficial, dando inicio a una carrera que lo acompañó durante el resto de su vida.
(…)
Recorriendo las carreteras del país, surtiendo comercios del ramo en todos los pueblos y ciudades de Venezuela, mi padre desarrolló y perfeccionó, basándose en sus experiencias, un exitoso manual que lo convirtió en el vendedor estrella de la fábrica.


  1. Carlos, amigo y profesor, que alegría que hayas tomado la iniciativa de comenzar este nuevo proyecto en tu vida, donde una vez más compartirás esa pasión de las ventas que llevas dentro y que en definitiva te definen. Estoy al igual que el resto a la espera del próximo capítulo.

  2. Carlos, que regalo te dio la vida de descubrir tan pequeño tu gran pasión y mucho mejor de la mano de tu "héroe", sin duda no sólo te dejó clara tu profesión sino también te dejó emoción, entrega y entusiasmo,que forma de trascender…definitivamente tu padre vive en ti. Gracias por compartir esta historia que tanto emociona pero sobretodo inspira!

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