Resulta paradójico que, en estos tiempos de globalización económica y tecnológica, en los cuales el mundo parece estar más al alcance de la mano, no solo aún persistan los prejuicios que hacen que nos encerremos más en nuestros grupos, sino que, si vemos las noticias, descubrimos que estamos atravesando un repunte de la desconfianza hacia la diversidad, hacia lo desconocido. Y, para hacerlo más paradójico, el asunto tiene visos globales.
Favorecer la diversidad resulta en beneficios para la organización en general, y para cada uno de sus miembros en particular porque la misma contribuye a ampliar nuestra visión de las cosas y, por ende, facilita nuestra capacidad de ver la misma situación con otros ojos. Lo que corresponde a poder ver algo que no estábamos mirando.
Asimismo, supone favorecer la innovación y una organización que sepa aprovechar esa diversidad aumenta la producción de ideas que inciden en una mayor innovación y, por ende, en una más eficaz productividad.
El prejuicio obedece a un miedo a lo distinto. Y el miedo a lo distinto tiende a encerrarnos en nuestra propia percepción de nuestro entorno, lo que es decir encerrarnos en nuestra misma manera de pensar y de hacer las cosas. Pensar distinto es la clave de la innovación. Y pensar distinto pasa por abrirnos a otra manera de ver el mundo. Es decir, eliminar nuestros prejuicios.
Debido a los prejuicios, las organizaciones (y las sociedades, en general) corren el riesgo de no valorar en su justa medida buenas ideas, no por su contenido o potencial, sino por la sencilla razón de que fueron expresadas por personas diferentes a nosotros.
Es importante reunir a miembros de distintos equipos de trabajo en la organización, para permitirles opinar sobre áreas fuera de su competencia habitual. Así como dijimos que de ahí podían salir excelentes ideas, debido a una perspectiva inédita y fresca de la situación, igualmente alertamos ante la posibilidad de que esas ideas chocaran con el rechazo y la resistencia producto de la desconfianza que producen por el simple hecho de provenir de alguien que “no es experto en esa área”.
Y esta situación, aunque deba ser combatida por la organización, es una tendencia natural en el ser humano, que es gregario por naturaleza. De hecho, el hombre se cobija en su manada, desde tiempos inmemoriales, precisamente por su temor a lo desconocido, y su necesidad de sentirse seguro entre otros individuos que considera cercanos a sí mismo.
Es por eso que el hombre tiende a asociarse, y a confiar en personas similares en cuanto a conductas, intereses y opiniones, y a reforzar los prejuicios sobre quienes son diferentes. El hombre moderno, que fue capaz de crear una tecnología que le permitió comunicarse con el mundo entero en cuestiones de segundos, no abandona sus milenarias costumbres de dividir al mundo entre nosotros y ellos.
Y así como el ser humano está programado culturalmente para desconfiar de los que son distintos y provienen de distintas regiones del mundo, de igual manera esa desconfianza se reproduce en ámbitos más pequeños, dentro de las mismas organizaciones, por ejemplo, llevándonos a desconfiar, y a tener trato discriminatorio, entre los colaboradores por diferencias tan variadas como: grupo étnico, nacionalidad, edad, expresión de género, orientación sexual, inclinación religiosa o política, estereotipos, discapacidad física y mental o rendimiento profesional.
El prejuicio personal se traslada a la recepción de (o a la dificultad para recibir) las ideas, cuando provienen de personas que son “diferentes”. En ambientes de diversidad, los cuales son muy comunes en los negocios de la actualidad, se puede cometer el error de rechazar y bloquear buenos proyectos de innovación por anteponer los prejuicios al valor o la calidad de las propuestas.
Es por eso que la diversidad pasa a ser un valor importante en la organización moderna, y el prejuicio, su mayor reto a vencer.